La casita de Enrique

 

Día de lluvia aquel, al abrir la ventana notó ese aire fresco y espeso que le recomendó hacerse unas torta fritas acompañada de unos mates; encendió la radio y en su estación favorita pasaba música de su época, se dirigió a la pequeña cocina para hacer sus tortas fritas, dando la mesada a la ventana, observó con más detalle las gotas de lluvia caer sobre sus orquídeas.
3 PM, hora de la siesta y en ese pueblo envejecido reinaba la paz. 

La casita de Don Enrique siempre estaba ordenada, bien pulcra y con un aroma típico de las casas ancianas, muy acogedora y cálida. Su cocina-comedor disponía de una mesa redonda de madera maciza con un mantel a cuadros azul y blanco, todos sus utensilios solían estar colgados en la pared, eso sí, el posa pava tenía que estar siempre en su mesita, no había de otra.
Cuando por fin tuvo por realizadas aquellas apetecibles torta fritas, se sentó en la mesita y disfrutó de ellas con unos mates dulces... Unos solitarios mates dulces.
De repente, a Don Enrique lo inunda la nostalgia, esa que pesa en el alma y te hace sentir sin el pulmón suficiente por un rato. Comenzó a recordar todo lo que vivió alguna vez; comenzó a rememorar su pasado, pero él nada le reprochaba a la vida, ni la muerte de su esposa, ni la ausencia de sus hijos... Lo que nunca dejó de parecerle curioso, es el pasar impiadoso del tiempo, que con él todo lo arrastra, todo lo lleva, es un ladrón sin más; la inocente mente no es capaz de seguirle el ritmo del robo y termina por sorprenderse cada vez que se da cuenta de lo que le falta y se fue.
La vida es como un padre regalándole todo al pequeño niño para que se divierta, para que no tenga que luchar contra otras cosas, para que centre su atención en lo que es agradable. No es hasta que el pequeño se queda solo con sus pensamientos, que se da cuenta de que su padre fue un sobre-protector, y que ya ha crecido. Es la vida que poco a poco nos quita lo que nos da.
Pero Enrique sabe que uno viene al mundo como se va, solo. Él sabe que disfruta sus mates solitarios con total seguridad sobre quién es, nunca estuvo más cómodo con alguien, ahora ya sabe que nada de lo que haga le sentirá mal.
La lluvia poco a poco se moderó, de las tortas fritas quedaron migajas, el agua en la pava escaseó, la yerba se lavó, y Don Enrique... falleció.
Fue la vida otra vez, se lo robó.

AUTORA: Rocío Antonella Tulian
AÑO: 2020
PAÍS: Argentina
-cuento breve-

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